Hijos de Dios. (Libre)

 

Hijos de Dios.

(Libre)

 

Vestía diferente. Hablaba diferente.

O eso creía ella.

A veces te rociaba de su vivaz simpatía para subirte a su nube del deseo que,

era tirada por seis corceles blancos, puros y elegantes.

Te iluminaba los rincones indigestos

para darte un chispazo de vida en el castillo del estómago.

Era un halo de éxtasis aromatizado.

Era una cantaora de serpientes;

te cantaba exquisitas hechicerías con sus ojos intensos de una fugaz mirada,

si sonreías, ya eras bienvenido al club de los sumisos.  

Aunque también se le daba bien ser una encantadora de serpientes,

de las venenosas,

ya que posee esa misma substancia tóxica

que excoria las neuronas de cabo a rabo.

Sus atuendos eran parte de su carne. Su carne, parte de sus atuendos.

Radiaba rabiosamente bella.

 

Otras muchas veces;

te daba un hachazo con la mirada,

para escupirte severa arrogancia, a lo “Manolo”.

Es su manera de anunciarte el fin del mundo.

 

En su otro lado, era una mariposa sin alas, sin colores, sin destellos,

con ese posar sin donaire.

Es una ordinaria con mucha clase,

con mucha clase ordinaria, claro.

 

¡Y qué insensible!

Píchale tranquilamente, qué no le sale ningún fluido de color rojo

por ninguna de sus partes.

Muy posiblemente le salga un chorreo de risas sardónicas de las venas.

Normal, para los que no conocen la ética, honestidad, fidelidad,

ni entienden de empatía, de fe, ni de valores.

Confunde el amor como la velocidad con el tocino.

Vive en un constante zozobro de caprichos,

y es que sus emociones son todavía chiquitas.

 

Es otra víctima que naufraga en su mar de lujuria.

Navega agitada y angustiada y cegada,

trashumada por mastodónticas olas que emergen de su océano de mentiras.

El bote va demasiado pesado. No lleva remos. Navega sin timón.

Va a la deriva, como tantos otros barcos desesperados,

titubeando que dios le diga qué rumbo tomar.

Espera escuchar: “O todo o nada”.

Y qué sea ya. Súbito.

Si no, con un grito tormentoso, espera abrir las aguas del mar,

así poder tomar el rumbo que le salga del…

¡Uhm!

…del “eso”, que mientras se lo tengan contento, ella contenta.

Y del resto de carnaza del dador, de su aspecto o sensibilidad,

le trae descuidada.

 

Ella sigue a la escucha…

… quizás la señal venga del universo esta vez.

 

¿Sabe?

¡Vaya usted con dios!

O segurísimo con el siguiente de su apestosa lista.

Porqué qué regusto tan asqueado,

al pillarle al vuelo,

que han habido más que “afectuosos besitos y abracitos”

con otro apestoso en espera.

¡Qué asco da qué su último recuerdo sea de tan asqueroso asco!

 

Pena, penita, pena.

 

¡¡¡Y es que todos somos hijos de dios!!!

Adiós. Gracias.



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—JacNogales—

José Ángel Castro Nogales

© Derechos de autor reservados

11/11/2025







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